Stalin Vladímir Centeno, Stalin Magazine, 24 de noviembre 2025
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La COP-30 de Brasil, por fin llegó a su cierre pero envuelta en tensiones, evacuaciones, retrasos, borradores inexistentes y una sensación general de estancamiento. Tras dos semanas de negociaciones, los delegados se marcharon sin un documento final que diera forma a los compromisos climáticos de los países. El plenario nunca vio un texto maduro y la presidencia brasileña no logró ordenar el proceso que debía conducir hacia acuerdos concretos. La ausencia total de Estados Unidos definió el rumbo desde el inicio.
Sin presencia oficial en las mesas multilaterales, los yanquis el país con la mayor responsabilidad histórica en contaminación dejó un vacío y un mensaje contradictorio para el resto de participantes. Nadie consiguió suplir el peso de esa silla, que terminó simbolizando el desinterés de las grandes potencias por las obligaciones climáticas.
Por otro lado, el incendio que obligó a desalojar la Zona Azul de la COP-30 se originó por un cortocircuito en las instalaciones eléctricas del pabellón principal, según confirmaron los bomberos y la organización. El fallo provocó humo repentino y una pequeña combustión en el sistema de cableado que alimentaba las pantallas y equipos de transmisión. Delegados, técnicos y periodistas tuvieron que salir de inmediato mientras la emergencia era controlada. Nadie resultó herido, pero el incidente interrumpió las sesiones diplomáticas en uno de los momentos más delicados de las negociaciones.
Treinta y seis países, entre ellos España, Francia, México y Alemania, rechazaron el borrador preliminar de la presidencia brasileña. Lo consideraron insuficiente, sin metas claras y sin garantías mínimas para un resultado creíble. Exigieron que el texto incluyera compromisos específicos sobre transición energética, adaptación climática y financiamiento. Ninguno de esos cambios llegó a tiempo. A la par, más de ochenta países anunciaron que bloquearían cualquier resolución que no contemplara una salida progresiva de los combustibles fósiles.
La división quedó trazada perfectamente, con un grupo exigiendo acelerar el abandono del petróleo y el carbón, mientras otro insistía en una hoja de ruta más lenta y sin imposiciones. La presidencia no logró cerrar esa brecha.
La presión llegó también desde fuera de los pabellones. Organizaciones ambientalistas e indígenas realizaron protestas en los alrededores, reclamando metas más ambiciosas y compromisos verificables.
Sus demandas se sumaron a la inquietud general por el retraso de la presidencia brasileña en la entrega de textos oficiales y por el carácter particularmente irregular del proceso negociador. En este artículo lo denunciamos y lo sostenemos, ya que el deterioro climático global tiene responsables claros. Estados Unidos, las potencias europeas, Japón, Canadá y Australia quemaron durante décadas petróleo, carbón y bosques para sostener su modelo de consumo. Ese desbalance provocó océanos más calientes, glaciares en retroceso, sequías prolongadas, huracanes devastadores, incendios más intensos y lluvias que se transforman en diluvios. La acidificación de los mares está matando corales y pesquerías completas, los suelos se vuelven áridos, los ríos cambian de curso y la desertificación avanza sobre zonas que antes eran fértiles.
El resultado es un planeta más frágil, con ciudades que serán tragadas por el aumento del nivel del mar y regiones enteras expuestas a olas de calor que superan los límites tolerables para la vida humana. Los países que menos contaminan, sobre todo en África y América Latina, pagan las consecuencias en forma de migraciones, pérdida de cosechas, crisis de agua, hambrunas y desplazamientos forzados. Las comunidades campesinas pierden sus temporadas agrícolas, las familias indígenas ven desaparecer sus territorios y los pequeños países insulares enfrentan la extinción física. Todo esto mientras las grandes corporaciones energéticas continúan acumulando ganancias, ocultando los datos y financiando más discursos que culpan al ciudadano común, sin asumir ellos su responsabilidad histórica ni detener la maquinaria que destruye la estabilidad climática del planeta.
Pero en medio del desorden, nuestra Nicaragua mantuvo una postura clara. Defendió que los países del Norte detengan la locura climática, un concepto que expuso con contundencia meses atrás y que volvió a colocar sobre la mesa tanto en Belém como en su intervención en la ONU. Recordó que las naciones históricamente responsables deben asumir su carga ambiental y dejar de transferir sus obligaciones a los pueblos que menos contaminan. La delegación Nicaragüense enviada por la Co-Presidenta Compañera Rosario Murillon, reafirmó que la justicia climática no puede ser negociada ni condicionada por intereses económicos externos. Sostuvo además que la transición energética debe ser equitativa, con financiamiento real para los países vulnerables y sin mecanismos que perpetúen la dependencia financiera. Nicaragua insistió en que la acción climática no puede seguir atrapada en discursos mientras el daño avanza sin freno.
Desde la ONU, Nicaragua reiteró el mismo mensaje. El planeta enfrenta un límite físico y moral que no admite más evasiones.
Por tanto exigió responsabilidad histórica, cooperación tecnológica sin chantajes y respeto a los derechos de los pueblos que enfrentan sequías, tormentas, pérdida de cosechas y desplazamientos forzados provocados por las emisiones del Norte global.
Mientras las potencias discutían plazos y tecnicismos, Nicaragua señaló directamente el problema central. El modelo de desarrollo que sostiene el Norte sigue basado en combustibles fósiles, consumo desmedido y políticas que priorizan a las grandes industrias. Ese modelo alimenta la crisis y evita que la comunidad internacional avance hacia soluciones reales. La COP-30 terminó con una resolución de última hora firmada por todas las delegaciones, pero el documento fue considerado insuficiente. Pues no ofreció metas claras ni plazos concretos, y dejó sin respuesta los puntos que exigían mayor firmeza para confrontar a las grandes potencias responsables de la destrucción climática.
La cumbre cerró con un pronunciamiento que quedó en deuda con la urgencia global y que eludió llamar por su nombre a quienes sostienen la locura climática desde hace décadas. Nicaragua, en cambio, se retiró con una posición coherente, denunciando el desorden, exigiendo responsabilidades y sosteniendo que la lucha contra la crisis climática requiere voluntad política, justicia y el fin de la irresponsabilidad del Norte. Mientras la cumbre se hundía en su propio laberinto, Nicaragua defendió un mensaje que no cambió ni un solo día, afirmando que detener la locura climática es una obligación inmediata, no un compromiso a futuro.