Walter Castillo Sandino, 10 de agosto 2021
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Mi padre, Policarpo Enrique Castillo Delgado, tanto en Cuba como en Nicaragua fue muy conocido entre los trabajadores de las telecomunicaciones, a pesar de medir 6 pies y 2 pulgadas de estatura, como “Castillito”. Un diminutivo en completa concordancia con su nobleza, sencillez y espíritu indoblegable.
Mi padre nació el 29 de Febrero de 1928, en Nindirí, Departamento de Masaya, al oeste de Nicaragua, rodeado de lagunas y volcanes, famosa en todo el mundo por el Parque Nacional Volcán Masaya, donde se pueden ver varios cráteres en el activo volcán Masaya; y una laguna de cráter cristalino.
Mi padre nació en un año bisiesto en medio de la cruenta guerra de liberación nacional contra la ocupación estadounidense de la época.
Su padre el Sr. Rodolfo Delgado era de origen salvadoreño originario del municipio de Acajutla, departamento de Sonsonate. Era un empresario dueño de varias casas de juegos en la ciudad de Granada en los años de 1920. La madre de mi Papá fue doña Esmeralda Castillo, una mujer campesina, rubia, alta, ojos verdes de muy buenos modales. Entonces, producto de una relación amorosa y fugaz entre Esmeralda y el Sr. Delgado, nació mi Papá.
Sin embargo la bonanza de su padre no le acompañaría a Policarpo Enrique en su infancia, ya que al quedar abandonado, desde muy temprana edad se vio obligado a trabajar en el campo, usando su primer par de zapatitos a los 13 años de edad. Como era hijo ilegítimo, tuvo que aprender oficios del campo y emigrar de un lugar a otro para su sobrevivencia. Su adolescencia la pasó junto a su tío Jesús Castillo quien le enseñó las rudas y difíciles tareas en el campo, así como la disciplina, pues mi padre no fumaba, no tomaba, ni tenía vicios de ningún tipo, y debido a su inteligencia nata y formación autodidacta, a pesar del entorno adverso que le tocó vivir, logró aprender el oficio de telefonista, hasta convertirse en un profesional de este oficio hasta el día de su desaparición.
El 14 de febrero de 1951, Enrique Castillo contrajo matrimonio con mi madre, la Srta. Blanca Segovia Sandino Aráuz, de 18 años; hija de Augusto Nicolás Calderón Sandino (conocido mundialmente como el General de Hombre y Mujeres Libres, Augusto César Sandino y Blanca Stella Aráuz Pineda, telegrafista, estratega militar y fundadora de la Revolución Sandinista, heredera del legado de la lucha por la libertad continental y la Patria Grande de Simón Bolívar y José Martí.
En ese periodo de lucha al lado de su esposa Blanca Segovia Sandino Aráuz, mi padre juega un papel clave para la continuidad y sobrevivencia de la descendencia de los Héroes Nacionales de Nicaragua, el Gral. Augusto César Sandino y Blanca Stella Aráuz Pineda. Sin embargo, Enrique Castillo junto a Blanca Segovia sufrieron las secuelas de la represión política y la privación económica provocadas por el indomable patriotismo de sus suegros. Las autoridades nicaragüenses de entonces, al servicio del Imperialismo yanqui, penalizaban cualquier intento de subversión de su ilegítima dominación neocolonial de Nicaragua. La dictadura de Anastasio Somoza fue nada más que la continuación de la ocupación estadounidense, maquillada con la cara de la oligarquía vende patria del país.
Tanto los yanquis como Somoza y sus demás títeres compinches, se encargaban de que los patriotas que apoyaban a Sandino sufrieran graves consecuencias por su resistencia y amor a la patria. Fue por ese motivo que la familia Castillo Sandino tuvo muchos problemas para mantener trabajos con salarios decentes y tuvieron que aprender a vivir en la austeridad por la falta de dinero. Para ellos no fue fácil la unión en matrimonio en ese contexto histórico.
Del matrimonio con la joven telegrafista Blanca Segovia Sandino Aráuz, procrean cuatro hijos, Augusto Enrique, Rodolfo Antonio (fallecido en la Habana, Cuba a la edad de 10 años), Julio Cesar y Walter Ramiro.
La década de los años 1950s vio una recrudescencia cada vez más fuerte de la resistencia a la dictadura somocista. En 1956 el héroe nacional Rigoberto López Pérez logró ajusticiar al asesino de Sandino, Anastasio Somoza García. La muerte del dictador, provocó la más feroz y sangrienta represión contra toda expresión de oposición a la dictadura. En ese momento histórico, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 tuvo un doble efecto: Por un lado, hizo endurecer la represión de las oligarquías latinoamericanas, mientras por otro lado, inspiraba de la manera más categórica las fuerzas revolucionarias en Nicaragua, del continente latinoamericano y de todo el mundo.
En 1961, los dirigentes cubanos Fidel Castro y el heroico Cmdt. Guerrillero Ernesto Che Guevara giraron instrucciones a través de un grupo de jóvenes guerrilleros sandinistas: entre los cuales se encontraban los compañeros Carlos Fonseca Amador, Tomás Borge Martínez, Germán Pomares Ordoñez (El Danto), Francisco Buitrago (Chico), Faustino Ruiz (El Cuje), Oscar Turcios (El Ronco), Rolando Rosales (El Gordo), Marvin Guerrero (hijo de Noel Guerrero), Modesto Duarte (El Tieso), Bayardo Altamirano, Heriberto Rodríguez, Daniel García (Wiwili) y otros, para ejecutar un plan de búsqueda, salvamento y rescate de la descendencia del Gral. Sandino y trasladar a la Habana, Cuba, en calidad de exiliados políticos, debido principalmente a la constante persecución de que era objeto la familia por parte de la dinastía de los Somoza. La familia y sus acompañantes viajaron por diferentes carreteras, caminos, veredas y montañas (unas veces en vehículos, otras veces a pies y en bestias) hasta llegar a Honduras, luego en grupos dispersos a México, y la Habana, Cuba. Blanca Segovia cuyo seudónimo era “Petrona Pérez”, viajó con su pequeño hijo Walter Ramiro cuyo seudónimo era “Enrique Pérez”; Rodolfito (qepd) viajó con mi Padre Enrique Castillo, cuyo seudónimo era “Carlos Edmundo Castillo”; Augusto con Pedro Antonio Aráuz (Tío abuelo) y Julio con Augusto César Arauz (Primo). Llegando en diferentes fechas al destino final, muy pocos días pasados la invasión de “Playa Girón”.
Allí, junto al pueblo cubano, vivían en un céntrico barrio de la Habana, llamado "La Víbora", en el “Regional 10 de Octubre”. Desde 1961, vivió mi padre 18 años en el exilio, junto al coronel Santos López, Pedro Antonio Aráuz Pineda, su esposa Blanca Segovia Sandino Aráuz e hijos. Mi Padre trabajó en la Planta Telefónica del Vedado “Pepito Tey” durante todo el tiempo en que vivió en la isla. Allá pudo capacitarse y hacer lo que no pudo en su país: Estudiar, perseverar y lograr coronar una carrera técnica en telefonía. Regresó a Nicaragua, el 15 de Agosto de 1979, donde se reencontró con sus hijos, quienes habían partido antes hacia Nicaragua a combatir en la insurrección final contra la dictadura somocista.
Desde entonces mi Padre trabajó hasta su jubilación como técnico medio en telecomunicaciones de TELCOR en sus diferentes plantas telefónicas de Managua. Fue una persona muy responsable, social y honesta, que poseía una gran capacidad para establecer magníficas relaciones humanas en el marco de la cordialidad y el respeto. Un hombre consecuente con la vida y obra de nuestros gloriosos Héroes Nacionales, el General Augusto César Sandino y Blanca Stella Aráuz Pineda. Cumplió con la ardua tarea de educarnos y prepararnos para la vida y además representó un gran recurso humano y social dispuesto a colaborar en cualquier situación de ejemplo y buena conducta, entre todos los militantes Sandinistas.
Mi Padre falleció la tarde del día miércoles 28 de Julio de 2021, a los 93 años de una vida azarosa, en su última morada de Nagarote, Dpto. de León. Sus restos descansan en paz, en su ciudad natal, Nindirí, Masaya; junto a su adorada madre y demás familiares que siempre lo quisieron mucho, en una bóveda de la Familia Castillo.
Papá hace tanto tiempo que quería decirte lo mucho que te amo. Papá hoy que ya no estás conmigo, recibe de tu hijo su gran admiración, por ti que me diste tanto a cambio de nada, solo por amor.
Cierro mis ojos y escucho nuestra última conversación del día 26 de Julio recién pasado cuando me encontraba en su casa de habitación. Recuerdo que fue una despedida con mucho amor y cariño, porque sabía que estaba muy delicado de salud. Me agradeció por mi comportamiento desde que era un niño, y por mi parte yo estaba muy conmovido y sorprendido a la vez, escucharle tan emotivas y alegres expresiones hacia mi persona. Reflejaba tanta paz en su conversación, como si todo estuviera bien. Pero yo sabía que se trataba de la despedida.
Cerró sus ojitos, como recordando aquellos días de mi infancia, cuando él y yo conversábamos y nos divertíamos viendo pasar a las personas en el Parque zoológico de la Habana.
Cerró sus ojitos y se figuró verme en las escuelas al campo, donde me visitaba después de caminar largas distancias o subiendo aquellas escaleras del edificio donde vivíamos, llevándome siempre un dulce y caramelos. Lo recuerdo sentado en el sillón de mi casa con su cara de cansancio de tanto trabajar, haciendo siempre los mandados de la casa, sin importar cuan cansado llegara del trabajo.
Cierro los ojos y lo veo y escucho hablando con todos mis vecinos con mucha cultura y respeto, mostrando sus habilidades para establecer magníficas relaciones humanas en el marco de la cordialidad y el respeto con todos los vecinos del barrio que cotidianamente se acercaban para escucharle hablar.
Cierro los ojos y lo veo, reparando los artefactos eléctricos de la casa o subiéndose al techo del edificio para orientar la antena de su radio hacia Nicaragua. Esperando algún día poder escuchar noticias de su familia.
Espero Padre mío haberle dado todo lo que esperaba de mí y si no fue así, perdóneme. ¿Cómo explicar a los demás, en especial a mis hijas pequeñas, el porqué de mi tristeza? Tan sólo era usted un hombre que vino a esta tierra con un propósito; un padre, alguien que quise y respeté toda la vida? Cuántas cosas aprendí de usted, cuántos recuerdos de mi infancia, mi juventud y mi adolescencia, en cuántas tristezas nos acompañamos, cuántas anécdotas compartimos. Nada se va con su partida, todo queda, el afecto se respira, se siente más allá de todo.
¿Cuántas alegrías me proporcionó Papá? ¡Innumerables!. ¿Cuántas veces me llamó la atención por mi mal comportamiento? ¡Muchísimas!, Hasta que encontró la manera de ver el lado positivo de todo, pues sabía que era parte de mi enseñanza. Le pido perdón Papá si acaso le ofendí, no quise lastimar nunca su corazón. Por eso la última vez que nos vimos pude abrazarle y llenarle de besos sus cabellos blancos, pude besar sus mejías y sanar las heridas que el tiempo dejo.
No existe el tiempo ni el espacio, no existe el ayer ni el mañana, ya nos volveremos a ver, querido Padre y Amigo. Cierro los ojos y lo veo y me veo, a su lado.
He tenido la bendición de Dios, de haberlo tenido conmigo en las buenas y en las malas. Usted consagró los mejores años de su vida a educarme y por ello le estaré eternamente agradecido.
Todo lo que soy y espero ser se lo debo a Usted.
Nunca he podido borrar de mi mente aquellas palabras que me escribió en una carta el día 23 de agosto de 1983, cuando me encontraba estudiando en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y me decía lo siguiente: “ Tú eres el hombre en que confía mucho tanto tu mamá como yo”. Hoy, yo quiero compartir con todos su consejo sabio y grabarlo en mi corazón, el tiempo pasará y yo siempre agradeceré lo mucho que me amo y se sacrificó por mí Papá.
Si después de esta vida yo volviera a nacer, una sola cosa le pediría a Dios: ¡QUE MI PADRE VOLVIERA A SER MI PADRE!
¡Gracias por ser mi Padre!
SIEMPRE MÁS ALLÁ...